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Ganar lo que no se puede perder - La vida de Jim Elliot

Actualizado: 5 nov 2024

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¿Conoce algún misionero? Si no, déjeme decirle un poco sobre ellos. Estamos hablando de personas incansables, temerarias y valientes que llevan el evangelio hasta lo último de la tierra: verdaderos héroes. Estamos hablando de personas que dejaron su vida en el campo y por más que parecía que no estaban extendiendo el reino de Dios en verdad “el mundo no los merecía”. Es importante en ocasiones darnos el tiempo de estudiar la vida de cristianos que vivieron antes que nosotros. Debemos de recordar que no somos ni los primeros ni seremos los últimos cristianos. Hay una larga lista de hombres y mujeres de fe que nos precedieron y de quienes podemos aprender bastante. No quisiera que en nuestro deseo de innovar y ver solo hacia el futuro nos perdamos estas joyas del pasado.


¿Para qué estudiar la vida de los misioneros? Más que nada para retar nuestras vidas y nuestro cristianismo. Hoy en día el ser cristiano no es nada difícil. Solo necesito buscar una iglesia en internet, seguirla y ver sus servicioes en linea. Ya ni siquiera se tiene que ir a un lugar físico. Los estándares, expectativas y la misma identidad de un cristiano ha sido tan diluida que hemos perdido de vista lo que realmente significa ser cristiano. Mi deseo es que, al estudiar la vida de estos misioneros (en los siguientes artículos), nuestro corazón sea encendido nuevamente de pasión por Jesús.


¿Qué tanto puede alguien impactar su sociedad en un par de años? La verdad es que el verdadero cambio no se ve hasta generaciones después. A unos les toca sembrar y hasta después es que se puede cosechar el fruto de su trabajo. Sin embargo, el personaje que consideraremos sacudió el mundo en tan poco tiempo. Un chico de menos de 30 años llamado Jim Elliot.


Antes de si quiera lanzarse como misionero a Ecuador Jim Elliot oraba: "Señor, haz próspero mi camino, no para que alcance una posición elevada, sino para que mi vida sea una exhibición del valor de conocer a Dios." Y justamente eso hizo. Jim Elliot fue un misionero estadunidense que dio su vida para que los Aucas de Ecuador conocieran a Cristo sin saber el despertar que causaría alrededor.


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Su Trasfondo


Philip James Elliot nació un 8 de octubre de 1927 en la ciudad de Portland, Oregón. Su madre era quiropráctica y su padre era ministro. Jim creció en un ambiente sumamente cristiano y desde pequeño Jesús lo fue todo. Dicen que en cierta ocasión teniendo 6 años de edad él va con su mama y le dice confiadamente, “Mamá ahora sí Jesús puede venir cuando quiera. Él se podría llevar a toda mi familia ahora que soy salvo y Jane es muy pequeña para conocerlo.” A una edad tan corta él ya estaba seguro de quien era su salvador. Por eso, no ha de sorprendernos que, al llegar a la preparatoria, Jim llevara su Biblia y una buena bocina con la cual anunciaba a Jesús a cualquiera que quisiera escucharlo.


Desde un principio Jim sabía que él quería ser misionero. La vida de David Brainerd, Amy Carmichael y William Carey lo habían impactado de tal forma que no se veía haciendo algo más. Por eso al terminar la preparatoria se dirigió a Wheaton College en 1949. Él estudiaría lingüística y se especializaría en griego para poder traducir la Biblia. Fue ahí donde conoció a la que sería su esposa Elizabet. Mientras estaba en la universidad Jim se convirtió en un hombre sumamente disciplinado. Si realmente quería marcar la diferencia entonces tenía que empezar con él mismo. No había día que no estudiara diligentemente la Biblia. Él decía: “No pensaríamos en levantarnos por la mañana sin lavarnos la cara, pero a menudo descuidados la limpieza de la Palabra de Dios. Esta nos despierta hacia nuestra responsabilidad"


Jim aprovechaba cualquier oportunidad para evangelizar. Incluso él viajaba a propósito en tren para compartir sobre Jesús en la estación, la parada y con cualquiera que se topara . Sin embargo, esa pasión y disciplina no produjeron fruto inmediato. “¿Cómo era posible que después de tanto esfuerzo no hubiera más que unos cuantos convertidos?” se preguntaba a menudo. Sin desanimarse por completo después tuvo la oportunidad de ir en un viaje misionero a México. Fue ahí donde se enamoró de América Latina. Ahí quería ir después de la universidad.  


Durante la universidad Jim conoció a Elizabet, quien sería su esposa. Sin embargo, Jim se hacía del rogar. No porque no quisiera o algo por el estilo sino porque hasta ese momento pensaba que Dios quería que fuera un misionero soltero. Incluso cuando estaban graduándose, Jim escribió en el anuario de Elizabet únicamente su nombre y la cita 2 Timoteo 2:4 – “Ningún soldado que quiera agradar a su superior se enreda en cuestiones civiles.” Esa era su determinación, por más que sí había una atracción mutua. Sin nada formal de por medio, Elizabet y Jim aun así se seguían mandando cartas.


Al terminar la universidad Jim todavía no estaba seguro de a dónde ir. Por eso, mejor regresó a Portland para seguir estudiando lingüística. Ya estando en Portland él conoció a un misionero que había trabajado en Ecuador. Jim se quedó fascinado. ¡Ahí era donde quería ir! Él comenzó a orar y eventualmente Dios lo confirmó. Jim se fue a Ecuador.



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Su Misión


Dios proveyó para que Jim llegará a Ecuador. Jim no iba solo. Él iba a acompañado de Pete Fleeming y otros más que se unieron al equipo. Poco después hasta también llegaría Elizabet. Lo primero que hicieron en Ecuador fue aprender español. Aquel misionero le había contado de una tribu no alcanzada: los Aucas. Esta tribu era sumamente violenta especialmente porque los estadounidenses habían llegado a Ecuador con una de sus compañías de aceite con la intención de instalarse justamente ahí. Obviamente esto no les gustó y los atacaban cada oportunidad que tenían. Jim quería ir ahí.


El año 1953 fue especial porque comenzó su misión en Ecuador, y también fue el año en el que finalmente se casó con Elizabet. Como su mente estaba tan enfocada en Ecuador, ellos solo tuvieron una pequeña ceremonia e inmediatamente buscaron la forma de irse a la tribu. Poco tiempo después tuvieron una hija que llamaron Valerie.


Cuando llegaron, ellos no podían estar precisamente en la tribu. Su base estaba a cierta distancia de la aldea. El equipo consistía de 5 parejas de misioneros. Uno de ellos sabía pilotear aviones y fue así como buscaron la manera de acercarse a ellos. La providencia de Dios permitió que conocieran a una mujer que había huido de la tribu. Ella les ayudó a aprender poco a poco el idioma de los auca. Así comenzaba su trabajo.



Después de un par de vueltas en el avión y aprender unas cuantas palabras, ellos encontraron un pedazo de tierra lo suficientemente grande para aterrizar el avión. Al principio solo dejaban pequeños regalos para los Aucas y en un megáfono se escuchaban palabras en su idioma. Todo esto era para mostrarles que venían en son de paz. Finalmente decidieron que era momento de hacer contacto. Aterrizaron y un grupo de Aucas se acercó. Solamente un hombre y dos mujeres tuvieron la valentía de ir con ellos. Inmediatamente ellos trataron de hacer contacto y mostrarles que venían en paz. Los aucas estaban confundidos por su avión. Su curiosidad los llevó a pedirles un paseo. Para mostrarles su buena disposición el piloto llevó a uno de ellos a dar unas vueltas. Él estaba encantado.


Dos de ellos se fueron, y una de las mujeres se quedó hablando un poco más con los misioneros. Al regresar, los de la tribu se dieron cuenta que solo venía una pareja: un hombre y una mujer. Eso no era permitido al no estar casados. Ante el miedo de lo que fueran a decir el hombre desvió la atención de ellos mismos y comenzó a decir mentiras sobre los misioneros – ellos son peligrosos y no vienen en paz. Tal fue su mentira que la tribu no se quedó con los brazos cruzados, ya habían batallado “con los blancos” y no les pasaría otra vez. Ellos planearon un ataque para la siguiente vez que volvieran. Por el otro lado los misioneros regresaron con sus familias felices de finalmente poder haber hecho contacto con tanto éxito. Tenían que volver.

Una vez más volaron sobre la jungla hasta llegar a esa pequeña pista de aterrizaje. Descendieron y los misioneros con una sonrisa en el rostro se acercaron a unas mujeres que venían a recibirlos. Cuando estuvieron lo suficientemente cerca, de entre la jungla salieron hombres armados con lanzas quienes no dudaron en atacar a los misioneros. Al primero que atacaron fue a Jim. Los misioneros habían llevado pequeñas armas por cualquier cosa. Cuando Jim sintió la lanza, en vez de dispararle al indígena, él disparó hacia el cielo para tratar de tranquilizarlos mostrándoles que podían defenderse. No sirvió de nada porque ellos siguieron atacando a los demás.


Ninguno se defendió por más que podrían haberlo hecho. Ninguno quiso quitarle la vida a uno de estos indígenas que no conocían a Cristo. Y por esa misma razón Jim y sus cuatro compañeros fueron asesinados aquel día. Los indígenas destruyeron y quemaron el avión. La noticia llegó a las familias quienes lloraron desconsoladamente la muerte de sus seres queridos. Jim murió un 8 de enero de 1956 teniendo solo 29 años de edad en la jungla de Ecuador. Pero lo que no sabía es que 29 años de vida serían suficiente para mover generaciones.

 

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Su Legado


Claro que esto dio vueltas por todo el mundo. Cuando la noticia se divulgó todos hablaban de la trágica muerte de Jim y sus compañeros, de las viudas que habían dejado y de la necesidad que prevalecía en la jungla de Ecuador. Sin embargo, asimismo esto movió los corazones de los cristianos no solo para dolerse con ellos, sino para ver la enorme necesidad que había por aquellos que no han sido alcanzados. La muerte de Jim se convirtió en un monumento de fe inquebrantable y también en una bandera de pasión y valentía por los perdidos. Fue gracias a su muerte que muchos más se lanzaron como misioneros. Su legado se ve especialmente en dos personas, Steve Saint y la misma Elizabet.


Steven Saint fue hijo de Nate Saint, uno de los misioneros que murieron aquel día. Él cuenta que esos días fueron los más difíciles y dolorosos en toda su vida. Él no entendía porque Dios había permitido eso. Todo se magnificó cuando al siguiente día en medio del duelo, junto con su mamá ellos se pusieron a orar por los Aucas. “¿Cómo era posible que mi madre orara por los que habían matado a papá?” Ella entendía que en medio del dolor su necesidad más grande seguía siendo Jesús y la muerte de su esposo era evidencia de ello. Ellos se quedaron un tiempo hasta finalmente devolverse a EUA.


Sin embargo tiempo después, sus tías volvieran a esa tribu: “¿Por qué mis tías van a ir al lugar donde mataron a papá?” se preguntaba. Fue con ellas con quienes finalmente vieron fruto. Dios salvo Aucas. Varios se convirtieron y su vida cambió por completo. Ahí entendió y todo había valido la pena. Uno de ellos era un hombre a quien después llamaron el “Abuelo Minka”. Él había sido uno de los hombres que asesinaron a los misioneros. El Abuelo Minka había creído en Jesús. Tiempo después entrevistan a Steve Saint y le preguntan sobre el Abuelo Minka dado que pasaban mucho tiempo juntos. El reportero no entendía como esto era posible. “Entiendo que puedas llegar a perdonar al hombre que mato a tu padre, pero ¿cómo puedes amarlo?” A lo que el respondió, “Tampoco lo sé, solo sé que es posible gracias a la gracia de Dios.”


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Finalmente, el mayor legado que dejó Jim Elliot fue su misma esposa. Su historia es impresionante. Todos manejamos el duelo de diferentes maneras: puede hundirse, volverse loco, deprimirse, ignorarlo, salir adelante, o aparentar. Elizabet había esperado 5 años para finalmente casarse con el hombre de sus sueños y en menos de 2 años ahora era viuda con una niña de 10 meses. ¿No era esta la oportunidad perfecta para llenarse de resentimiento hacia Dios y nunca más querer saber algo sobre Él y menos de los aucas? ¿No es eso lo que muchos hacen ante el sufrimiento y la muerte?


Pero, ¿Qué hizo? Ella hizo una oración en esos días después de la muerte de su esposo. Ella oró: “¿Qué quieres hacer con los Aucas? Porque yo estoy dispuesta.” Elizabet se quedó 2 años ahí y otros 5 años en otras tribus hasta que decidió regresar a EUA. Su regreso solo fue el inicio de una vida como conferencista y escritora. Todos la invitaban a hablar sobre lo que había pasado y cómo lo había afrontado. Escribió un libro llamado “Bajo la sombra del omnipotente” y otros 20 libros más. Claro que le había dolido la muerte de su esposo, pero en vez de alejarla de Dios y quejarse ante Él, esto la acercó tantísimo más a él. Su vida fue de bendición e impactó la vida de miles de cristianos hasta el día de su muerte el 15 de junio de 2015.


Jim antes de morir escribió en su diario su frase íconica:"No es tonto quien da lo que no puede conservar para ganar lo que no puede perder." Jim estuvo dispuesto a entregar toda su vida al Señor. Solo fueron 29 años, pero fueron 29 años de incesable pasión por el Señor. ¿Qué estás haciendo tú de tu vida? ¿A que te está llamando el Señor? No tiene que ser necesariamente a ser misionero, pero Dios quiere utilizar tu vida. Seamos esa clase de cristianos que se lanzan con valentía hacia el propósito que Dios tiene para cada uno de nosotros.


Escrito por Josué Gutiérrez, pastor de Dios de Gracia.

 



Bibliografía

https://www.youtube.com/watch?v=6qjcJGrmHhI “Elisabeth Elliot's Testimony”

https://youtu.be/3vcv9vjNO8w  “Operation Auca: 60 Years Later”

 
 
 

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